“La piedra es masa, el hierro es músculo”
Eduardo Chillida[1]
Desde la antigüedad, las
nubes, insubordinación de la sustancia y venganza de la física de los fluidos,
han estado pobladas de dioses y de fuerzas. Según el Evangelio, tenían
la solidez suficiente como para soportar el peso del cuerpo de una persona,
pudiendo servir de vehículo para descender apoteósicamente desde las
alturas. De hecho, puede leerse cómo
Jesús, siendo juzgado por el delito de blasfemia, respondió al Sanedrín: “Yo
soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y
viniendo en las nubes del cielo[2]”.
Así pues, en 1460, y ya con la conciencia humanística del Renacimiento, todavía
puede comprobarse cómo Andrea Mantegna en su Cristo en el Monte de los
Olivos (fig.1), de ambiente solemne y circunspecto, representa un grupo de querubines
que sostienen sobre una nube los símbolos de la pasión, de pie, y sin ninguna
vacilación. O que, el mismo artista, ya 1502, en otra de sus obras, El
triunfo de la virtud (fig.2), muestre un cuerpo en la batalla observado por
las virtudes de la Justicia, Fortaleza y Templanza que, desde una nube plegada
y maciza, tridimensional como una espuma pétrea, contemplan todo lo que está
sucediendo en el mundo de los vicios humanos.
Un planteamiento difícil de
mantener en la contemporaneidad. De ahí que Jean Arp, en 1986, afirmase -aunque
por otros motivos-, que:
“Aquél que quiera derribar
una nube con flechas, las agotará en vano. Muchos escultores se parecen a estos
extraños cazadores. De aquí lo que hay que hacer: hay que encantar la nube con
un aire de violín… Entonces la nube no tarda en bajar, se acomoda feliz en el
suelo y, al final, totalmente complacida, se petrifica. Así es, como en un
juego de manos, como el escultor realiza la más bella de las esculturas”[3].
El pensamiento del escultor
francoalemán conecta perfectamente con la obra de Miquel Gozalbo (Betxí, 1961).
Las formas de sus esculturas abstractas, consagradas enteramente al metal, evocan
esta idea. Su obra es rica en referencias y matices que se entrecruzan y
entrelazan, que se complementan y matizan. Así, al igual que la contemplación
de las nubes, sus trabajos invitan al silencio y a la meditación tranquila. Al observarlos
asalta al espectador el recuerdo de la peculiar atmósfera de sosiego del taller
del artista en pleno centro de Betxí en la comarca de la Plana Baixa de
Castellón. Un lugar habitado por multitud de trabajos de todos los tamaños. Su
acumulación emula una fundición de formas biomórficas y totémicas que abandonan
los referentes clásicos para expandirse a nuevos paradigmas, mostrando la voz y
visión propias que el bechinense ha mantenido desde el principio de su carrera.
Gozalbo es un artista que
domina la forma y la técnica. Su trabajo sigue la tradición de la escultura
metálica de artistas como Pablo Gargallo y Julio González, así como la de los
años cincuenta del siglo XX, en cuya órbita se movían artistas españoles que
son referencias fundamentales como Jorge de Oteiza, Eusebio Sempere o los
entonces jóvenes Martín Chirino y Eduardo Chillida. El hierro forjado, una
materia más dura que el granito, presenta a Gozalbo una ‘resistencia
infinitamente maleable’, sin aparentes restricciones, cual serpentinas de papel,
cual ondas de la arena en la playa generando pliegues meándricos que se retraen
hasta su envés más profundo. Dota al hierro de emoción. Al igual que ya
hicieran escultores como Gargallo, aprovecha las calidades físicas y
posibilidades imprevistas del metal para crear nuevas formas, así como para
obtener de los procedimientos técnicos una expresión mucho más fuerte e intensa
que la de la escultura tradicional. Porque como soporte, el metal, le permite trabajar
lentamente de manera no premeditada, sin conocer el resultado final, en unas
obras que crecen orgánicamente sobre sí mismas. En su trabajo directo sobre
chapa y las barras de metal que ensambla y suelda con paciencia es preciso ir
más allá: de lo que se ve y de la superficie hasta el fondo, a su interior; de
la obra a los ecos que emanan de ella. Esto es lo que permite al artista una
libertad, una espontaneidad y una expresividad sorprendentes. Porque Gozalbo las
hace evolucionar, en algunos casos durante años, como la gestación de un cuerpo
vivo que plantea la posibilidad de dejar abiertas nuevas variaciones, avanzando
lentamente, moldeándolas a su antojo, como fruto que crece en una planta que
surge de su imaginación abstracta. Trabaja en el proceso de gestación de un
cuerpo vivo, predominantemente curvo, que se expande, con una fascinante
elegancia, llevando hasta el extremo los contrastes entre una materia tan
resistente como es el hierro y el pliegue metálico al que impone su voluntad. Y
al hacerlo transmite la emoción tan singular que hace que el espectador
participe de la potencia creadora de sus trabajos.
II
Se dice que Galileo Galilei (1564-1642)
arrojó dos objetos, uno pesado y otro ligero, desde la torre de Pisa, para
comprobar que ambos caían al suelo al mismo tiempo. No hay constancia histórica
de la realización de este experimento. Sin embargo, quien sí lo realizó, en
1644, fue el astrónomo y jesuita italiano Giovanni Battista Riccioli
(1598-1671) en la torre Asinelli de Bolonia, como queda reflejado en su tratado
Almagestum
Novum (1651). Su objetivo era demostrar que Galileo estaba
equivocado, que los cuerpos más pesados caen antes y que se equivocaba al
afirmar que la aceleración de la gravedad es constante. Además, estudió cómo el
rozamiento con el aire frena la caída de los cuerpos. Sin embargo, al aplicar
el método científico con rigor, acabó dándole la razón. Gracias a su experimento
en esta torre de 97,6 metros de altura logró medir la aceleración de la
gravedad de forma directa, obteniendo un valor increíblemente bueno para su
época.
De nuevo un hecho histórico y
científico nos remite a la obra de Gozalbo. Su trabajo huye de lo espectacular,
de la teatralidad de la apariencia, no busca que el espectador quede aplastado
por la monumentalidad de unas obras que en muchos casos se plantan directamente
en la tierra. En su taller, la yuxtaposición de piezas causa una fuerte
impresión al visitante: la evidencia de un flujo de esculturas que, a pesar de
su color oscuro y aparente robustez, confieren una extraña sensación de
ausencia de peso, de una extrema ligereza que va más allá de su volumen. Gozalbo
enfrenta al espectador con una obra de ‘realismo’ aparentemente liviano.
Es evidente en la serie de sus
banderas realizadas en hierro, un material que por su naturaleza está unido de
manera inherente a la idea del peso. En ese sentido se genera una aparente
contradicción al crear trabajos en metal brutalmente macizos que se sostienen
en el aire mediante hilos de acero armónicos, que llegan a moverse, girando con
la torsión del hilo mismo. Como ya hiciera Chillida, se enfrenta a la fuerza de
la gravitación con una forma de hierro que tiene que caer a plomo, aplastante,
que no esquiva el peso, pero que se sostiene en el aire, y se presenta al
espectador levitando a pesar de no ser liviana. Sin duda no es solo una gran
ampliación física del peso de la obra, sino especialmente, un cambio cualitativo
de naturaleza estética al transmitir a través de sus esculturas la mezcla de la
rotundidez del metal y, a la vez, de la ligereza que confiere la forma que
representa la escultura. Al igual que ocurre en las obras del escultor vasco
surge el interés por lo opuesto a la gravedad, que es la levitación, algo que
se rebela contra ella, porque no se puede partir de aquello en lo que la
gravedad no actúa, sino de aquello en que la gravedad actúa de una manera
máxima, extrema[4].
Además, las esculturas de
Gozalbo presentan una escala monumental. Pero es una escala más mental que
física, puesto que no siempre emana de las dimensiones físicas reales, que
requieren de mirada amplia, y a la vez penetrante, que traspasen la piel de la
pieza y calen en las profundidades de la obra, allí donde habita el
pensamiento. Porque es bajo los pliegues y giros que genera el artista en el
metal, al margen de todo lo que ofrece a simple vista la obra de Gozalbo, donde
se encuentra un mundo a descubrir.
III
De todo esto se deriva que la
meticulosidad, la precisión, el dominio de la técnica y la exactitud en la
ejecución son algunos de los rasgos fundamentales que nos acercan y adentran en
el mundo artístico de Miquel Gozalbo. Su principal aportación es la
representación de un espacio de metamorfosis, un apasionado del hierro, al que
asciende incluso a la categoría filosófica y que, como ya hiciera Julio
González, ha hecho que deje de ser mortífero y simple instrumento de una ciencia
demasiado mecánica para introducirlo, con las puertas abiertas de par en par,
en el mundo del arte para que sea “forjado y batido por las manos pacíficas
de los artistas[5]”.
Como puede comprobarse en las
obras expuestas en la Sala Sant Miquel de la Fundació Caixa Castelló, sería,
por tanto, injusto quedarse con una primera lectura de unas esculturas que es
necesario que sean valoradas por sí mismas. La exposición refleja la madurez de
un artista, todavía demasiado desconocido, con un lenguaje claramente definido
en el que evidencia que es capaz de imprimir un sentido fuertemente personal a
sus esculturas en hierro. La Fundació Caixa Castelló ha tenido el privilegio de
contar, para la realización de esta muestra con la colaboración decisiva del
artista, brindándole con ello su sentido homenaje. Desde las primeras obras,
realizadas a mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado con
material de despiece descartado de los talleres para las fábricas de cerámica
de la zona, en las que queda evidente la influencia del oficio de herrero de su
padre, que fue quien le introdujo en el oficio, la técnica de la forja y la
soldadura, hasta la monumental Espai-Temps, la obra central que preside
la exposición, en la que se concentra la evolución del artista desde el inicio
de su carrera hasta la actualidad
Realizar esta exposición ha supuesto un desafío, pues supone una importante aportación al discurso de la Sala Sant Miquel de la Fundació Caixa Castelló en su objetivo de mostrar las transformaciones ocurridas en las prácticas artísticas de los últimos cuarenta años. La intención no ha sido mostrar una cartografía exhaustiva de la trayectoria de Miquel Gozalbo, sino la de seleccionar un conjunto de piezas significativas procedentes de su taller, nunca expuestas con anterioridad, en las que encontramos algunas de las claves fundamentales de su escultura. Unas obras en las que se ha cancelado la gravedad, en las que su peso no se siente y que por su monumentalidad, su buena factura y su potencia esconden o, si se prefiere, exhiben, muchas otras lecturas y mucho más enriquecedoras. Quedan reservadas al espectador.
Alfredo Llopico
Castelló, 9 de octubre de 2022
Bibliografía:
BARBIÉ-NOGARET, Manuel. Jean Arp: Una
retrospectiva de escultura (Exposición celebrada en la Galería Manuel
Barbie de Barcelona en 2005). Barcelona: Manuel Barbié, 2005.
CALVO SERRALLER, Francisco. El reino
del silencio: Escultura española actual entre el objeto y su ausencia.
2000-2010. (Exposición celebrada en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban
Vicente de Segovia, del 29-IX-2009 al 21-II-2010). Segovia: Museo de Arte
Contemporáneo Esteban Vicente de Segovia, 2009.
LLORENS, Tomàs; LLORENS, Boye. Martín
Chirino. Escultor. (Exposición celebrada en el IVAM Institut Valencià d’Art
Modern, del 31-I-2006 al 5-III-2006). Valencia: Ivam Institut Valencià d’Art
Modern, 2006.
OROPESA, Marisa (com.). Tres
escultores en Paris: Pablo Gargallo, Julio González, Manolo Hugué (Exposición
celebrada en Palacio Municipal de Exposiciones Kiosco Alfonso de Vigo, de mayo
a junio de 1999). Vigo: Caixavigo, 1999.
UGALDE, Martín de. Hablando con
Chillida: Vida y obra (Período 1924-1975). Donostia-San Sebastián: Txertoa
Argitaletxea, 2010.
[1] UGALDE, M. de, 2010, 36.
[2] Marcos 14: 62, Mateo 26: 64.
[3] ARP, Jean, en Arp: 1886-1966. (Exposición celebrada en Wuerttemberg Art Association Stuttgart (Württembergischer Kunstverein Stuttgart, del 13-7-1986 al 31-8-1986). Stuttgart: Hatje, 1986, cit. por Barbié-Nogaret, M., 2005, 13.
[4] UGALDE, M.
de, 2010, 85-86.
[5] En “Julio
González”. Publicaciones del Patronato Nacional de Museos, Madrid, 1978, p.9.
Cit. por LAIGLESIA, Juan Fernando: “Gargallo, González, y Manolo: Tres gestos
radicales”, en OROPESA, M., 19.